miércoles, 15 de marzo de 2017

10 La peste negra

10 La peste negra

A mediados del siglo XIV, Europa recibió la visita de una calamidad que no había conocido con anterioridad, con una tasa de mortalidad que ni siquiera ha sido superada por las dos guerras mundiales del último siglo. Se estima que en todo el continente murió alrededor de un tercio de la población en el plazo de tres años.

La causa fue una pandemia, conocida en su momento como la Gran Pestilencia y después como la peste negra. Más de un cronista contemporáneo señaló que «los vivos no eran suficientes para enterrar a los muertos».

Las consecuencias de la peste negra fueron mucho más allá de una tasa de mortalidad devastadora. Fue un golpe tremendo contra la conciencia colectiva de la Europa medieval. Hizo desaparecer las certidumbres y el optimismo de la Alta Edad Media. Parecía que Dios estaba desencadenando un castigo terrible sobre su pueblo, que no se había visto desde los tiempos del Antiguo Testamento. Seguramente había algo podrido en el corazón de la humanidad para merecer semejante devastación, y algo muy podrido en particular en la Iglesia de Dios, que no podía hacer nada para contener la marea mortal de la enfermedad. Para muchas personas, parecía que habían llegado los Últimos Días, el tiempo de tribulación para la humanidad que debía preceder a la segunda venida de Cristo.

La naturaleza de la bestia. En la Edad Media, las personas no tenían ni idea de qué provocaba las enfermedades, y por eso eran incapaces de prevenir su extensión o aplicar una cura. No fue hasta finales del siglo XIX cuando los científicos identificaron la bacteria, Yersinia pestis, que causó la plaga, y se dieron cuenta de que se transmitía mediante las picaduras de las pulgas de las ratas negras.
«Muchos morían cada día o cada noche en las calles…; todo el lugar era un sepulcro».

Giovanni Boccaccio, en  el «Decamerón», 1350-1353, describe la peste en florencia.

La más habitual de las enfermedades sufridas durante la peste negra fue probablemente la peste
bubónica, llamada así por las bubas duras y negras, del tamaño de un huevo o incluso de una manzana, que aparecían en ingles y axilas. Los infectados sufrían fiebre y delirios, dolores violentos en el pecho y vomitaban sangre. Pocos vivían más de tres o cuatro días, y muchos morían en cuestión de horas. En invierno, la forma neumónica de la enfermedad, que se extendía con la tos, era mucho más común, mientras que una tercera forma, la peste septicémica, infectaba la sangre y mataba a sus víctimas antes de que apareciesen los síntomas. Algunos científicos actuales creen que la pandemia pudo haber sido vírica en su origen.

Salir de Asia. Probablemente la peste negra tuvo su origen en las estepas de Asia central y se extendió a través de las rutas comerciales hasta Europa. En una crónica, los tártaros que asediaban en 1346 el puerto de Caffa en el mar Negro (la actual Teodosia), en Crimea, se vieron obligados a abandonar las operaciones a causa de la enfermedad, pero antes de irse catapultaron por encima de las murallas los cadáveres de los que habían muerto con la esperanza de infectar a los habitantes. Al año siguiente, los mercaderes genoveses —o las ratas a bordo de sus barcos— llevaron la enfermedad de Caffa a Mesina en Sicilia, y en 1348 barrió todas las tierras del Mediterráneo y llegó a Inglaterra.
En 1349-1350 la plaga había devastado Francia, Gran Bretaña, Escandinavia, Alemania y Europa central. «Pasaba con gran rapidez de lugar en lugar», recoge el cronista inglés Robert de Avesbury, «matando con celeridad al mediodía los que estaban bien por la mañana… El mismo día veinte, cuarenta, sesenta y con frecuencia más los cadáveres se depositaban en la misma tumba». En el puerto inglés de Bristol, la hierba creció en las calles silenciosas. En algunos lugares la mortalidad alcanzó tasas tan altas como del 60 por ciento, y en todo Europa, según las estimaciones más bajas, murieron unos 25 millones de personas.

Cronología




El desafío al viejo orden. La humanidad había perdido el favor de Dios y por toda Europa prevaleció un estado de ánimo lleno de pesimismo. La literatura y el arte de esta época están llenos de imágenes de muerte y condenación: visiones del Infierno y del Diablo, la Danza de la muerte, la Parca, los Cuatro jinetes del Apocalipsis. La conciencia de las consecuencias mortales del pecado condujeron a un aumento de la piedad, y con ello la crítica contra la laxitud y la mundanidad del clero. Surgieron varios movimientos de protesta, como los lolardos en Inglaterra y los husitas en Bohemia, y su rechazo a la autoridad papal fue un presagio de la Reforma protestante del siglo XVI.

Miedo y odio
Ante el horror casi inimaginable de la peste negra, la gente recurrió a todo tipo de remedios desesperados. La enfermedad se atribuía habitualmente al aire corrompido, de manera que las puertas y las ventanas se mantenían cerradas, se quemaban sustancias aromáticas y todos los que se atrevían a salir llevaban esponjas empapadas en vinagre. Algunos acusaban al suministro de agua que, según ellos, debía estar contaminado por arañas, ranas y lagartos —encarnaciones de la tierra, la suciedad y el Diablo— o incluso con la carne del basilisco, una serpiente mitológica que podía matar a un hombre con una simple mirada. Por todas partes se buscaban chivos expiatorios: los leprosos, los ricos, los pobres, el clero y, los más populares, los judíos, que fueron objeto de persecuciones muy extendidas.

Evitar una vida impura y purgar pecados ocultos se convirtió en una obsesión, y estallidos masivos de flagelantes barrieron Alemania, los Países Bajos y Francia. Los flagelantes, que evitaban la compañía de mujeres, tomaron nombres como los Portadores de la Cruz, los Hermanos Flagelantes y los Hermanos de la Cruz, y en sus sesiones ritualizadas y sangrientas buscaban purgar no sólo sus propios pecados, sino cargar con los pecados del mundo y así evitar la plaga y la aniquilación completa de la humanidad. Los flagelantes consiguieron una gran aprobación popular y al principio fueron tolerados e incluso animados por las autoridades eclesiales y seculares. Sin embargo, cuando pareció que los flagelantes amenazaban el orden establecido, fueron condenados con rotundidad, y en octubre de 1349 el papa Clemente VI publicó una bula para su supresión.

«No repicaba ninguna campana y nadie lloraba sin importar cuál era su pérdida porque casi todo el mundo esperaba la muerte… y la gente decía y creía: “Éste es el fin del mundo”».
Agnolo di Tura, llamado el Gordo, un recaudador de impuestos de Siena, en 1348. Había enterrado a sus cinco hijos con sus propias manos.

No sólo se desafió la autoridad establecida de la Iglesia. Una vez pasada la peste, los trabajadores agrícolas que sobrevivieron vieron cómo sus servicios eran muy buscados, provocando demandas de mejores pagas. Dichas demandas fueron rechazadas por las clases terratenientes; en Inglaterra, por ejemplo, el Estatuto de los Trabajadores de 1351 intentó congelar los salarios en los niveles anteriores a la plaga. El descontento resultante entre campesinos y aldeanos, exacerbado por los elevados impuestos, provocó rebeliones populares; por ejemplo la jacquerie de 1358 en Francia y la revuelta de los campesinos en Inglaterra en 1381. También hubo revueltas en las ciudades de Flandes e Italia. Aunque estas rebeliones fueron reprimidas, a finales de siglo la falta de trabajadores condujo al abandono de la servidumbre en muchas partes de Europa y los salarios reales para la gran mayoría de la población crecieron hasta niveles desconocidos. Para muchos, la peste negra desembocó en una edad de oro de bienestar relativo.

La idea en síntesis:

la pandemia trajo consigo una forma nueva de cuestionar la autoridad
Cronología


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