miércoles, 22 de marzo de 2017

20 La monarquía hispánica

20 La monarquía hispánica

1492 fue un año crucial en la historia de España, de Europa y de América. Las coronas de Castilla y Aragón, unidas desde el matrimonio de Isabel y Fernando, culminaban la reconquista con la rendición del reino de Granada, último reducto musulmán en la Península, y ordenaban la conversión forzosa o la expulsión de la población judía de la Península para garantizar la unidad religiosa de sus reinos.

Pero todos estos acontecimientos quedarían eclipsados por el regreso de Cristóbal Colón con la noticia de que habían llegado a las Indias, abriendo una ruta occidental hacia las Islas de las Especias, aunque con el tiempo se demostró que se trataba de un nuevo continente que ofreció a los españoles recursos que explotar, tierras que conquistar y colonizar, pueblos que someter y, sobre todo, oro y plata para financiar los planes políticos de la monarquía.

Matrimonio, diplomacia y guerra. Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón se habían casado el 19 de octubre de 1469, siendo aún príncipes. El apoyo de Fernando y de la Corona de Aragón fue esencial para que Isabel consiguiera imponerse en la incierta guerra de sucesión castellana, y una vez controlado el reino, fijaron su objetivo en completar la reconquista con la eliminación del reino nazarí de Granada y del último reino cristiano independiente de la Península, Navarra, cuya alianza con

Francia incomodaba la política en Europa de los Reyes Católicos.

Pero sus ambiciones no se limitaban a la Península sino que Fernando aportó a la unión dinástica todas las posesiones mediterráneas de la Corona de Aragón, con posesiones importantes en la península italiana e intereses en el comercio de especias y productos de lujo a través del Mediterráneo. Fernando e Isabel desarrollaron una astuta política matrimonial, tejiendo con los matrimonios de sus hijos y allegados una red de influencias que cubría buena parte de Europa, teniendo especial importancia la boda de la princesa Juana (la Loca) con el príncipe Felipe (el Hermoso), heredero de la dinastía que ostentaba el cetro imperial en el Sacro Imperio Romano-Germánico. Esta unión convertiría años más tarde a Carlos V en emperador y rey de las coronas hispánicas.

Esta política matrimonial se completó con la acción diplomática y militar en Italia para reforzar y ampliar las posesiones y la influencia aragonesa, frenar la expansión territorial y la influencia de Francia en la península italiana y en el resto de Europa. Sin olvidar el enfrentamiento constante con el imperio otomano, que no dejaba de hostigar a la Europa cristiana de forma directa o indirecta, a través de la piratería berberisca del norte de África.

A este entramado de relaciones e intereses se unió el descubrimiento de un nuevo continente, América, que iba a dar salida al excedente de población del reino de Castilla y proporcionaría los recursos para financiar las ambiciones europeas de los reyes españoles.
Cronología



Carlos V y Felipe II. A la muerte de sus abuelos, los Reyes Católicos, el joven Carlos de Gante, hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso, recibió en herencia un imperio que cubría buena parte de las tierras conocidas. A las coronas de Castilla y Aragón, las posesiones aragonesas en Italia, el continente americano y los Países Bajos, se unió muy pronto la dignidad imperial que lo convertía en cabeza de la principal potencia mundial, con intereses en cuatro continentes, y enfrentado a la rivalidad de Francia en Occidente y del imperio otomano en Oriente.

El oro y la plata de América atravesaban España e iban a parar a los banqueros italianos y alemanes que financiaban la diplomacia y las guerras del emperador, que se vieron agravadas y complicadas con la Reforma, que convirtió Alemania en campo de batalla entre católicos y protestantes, y entre el emperador y el rey de Francia, Francisco I, sin olvidar las guerras entre los señoríos italianos y el papel del papa en la política internacional.

«Yo envié a mis naves a pelear contra los hombres, no contra los elementos».
Felipe II, comentario apócrifo al conocer el desastre de la Armada Invencible.

Agotado, Carlos V abdicó en sus dos hijos: Fernando obtuvo la dignidad imperial y se convirtió en cabeza de los Habsburgo alemanes, mientras que Felipe heredó las coronas hispanas, el avispero italiano, los cada vez más conflictivos Países Bajos y América. A estas posesiones se unieron muy pronto las Filipinas y otras islas del Pacífico, de manera que en su reino nunca se ponía el sol.

Cénit y ocaso. El reinado de Felipe II marca la culminación de la influencia española en el mundo y también el punto de inflexión que conduciría a la larga decadencia del siglo XVII. Felipe siguió la política procatólica y antifrancesa de su padre, empeñándose en continuas guerras en Italia, Alemania y los Países Bajos, mientras asentaba el dominio español sobre América. Pero los reinos hispanos, en especial Castilla, se desangraban en las guerras europeas, sin que la plata americana causara un impacto real sobre la economía, anclada en conceptos anticuados de honor y privilegio, que despreciaban el trabajo manual y el comercio. Además, la sociedad se ahogaba en el rigorismo religioso impuesto por el control de la Inquisición, atenta a cualquier desviación doctrinal que pusiera en peligro la unidad religiosa de la monarquía.

La fallida invasión de Inglaterra por parte de la Armada Invencible marcó el punto de inflexión de la influencia española, que desde ese momento inició una decadencia lenta y continuada que se iba a prolongar durante todo el siglo XVII con los reinados de Felipe III y Felipe IV, que culminarían en el esperpento del reinado de Carlos II el Hechizado. La monarquía intentó conservar las posesiones en Europa y la influencia en la política internacional, cada vez más acosada por Francia, contando con las reticencias y la animadversión del papado, a pesar de su papel como defensora del catolicismo, y con un apoyo cada vez menor de los Habsburgo alemanes que tenían sus propios problemas internos.
A pesar del vigor infundido a la política española por el conde-duque de Olivares, su fracaso en modernizar el país y su derrota ante el cardenal Richelieu marcan el final de la monarquía hispánica, que culminaría a principios del siglo XVIII.

El Siglo De Oro

El auge y la decadencia de la monarquía coincidió con un apogeo sin precedentes de la cultura española. Desde la publicación de la Gramática castellana de Nebrija en 1492 hasta la muerte de Calderón de la Barca en 1681, se produjo una eclosión de creatividad, que abarca el Renacimiento y el Barroco, y que tuvo especial importancia en la literatura y la pintura. El punto de inflexión entre ambas etapas se puede situar en el concilio de Trento y la extensión de la Contrarreforma.

En literatura se produjeron cambios estéticos, como la introducción del realismo frente al idealismo
de la Edad Media, y se crearon géneros como la novela picaresca; las misceláneas que sirvieron para divulgar los saberes más comunes; la comedia nueva, en la que destacaron Lope de Vega y Calderón de la Barca; y la novela, con la obra cumbre del Quijote de Miguel de Cervantes. En el ámbito de la poesía, los romanceros fueron sustituidos por la influencia italiana presente en Garcilaso de la Vega, que daría paso al enfrentamiento entre el conceptismo de Francisco de Quevedo y el culteranismo de Luis de Góngora; sin olvidar la poesía mística de santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz.

En pintura sobresale la figura de Diego de Velázquez, que recoge el testigo del manierismo renacentista de El Greco y alcanza la perfección barroca que lo coloca entre los grandes maestros universales con grandes composiciones complejas como Las meninas. Sin olvidar a un maestro del tenebrismo como Zurbarán y otros maestros como José de Ribera o Murillo.

La idea en síntesis:
el primer imperio mundial se hunde por exceso de ambición
Cronología


martes, 21 de marzo de 2017

19 Los viajes de descubrimiento

19 Los viajes de descubrimiento

«Descubrimiento» es un término muy relativo y eurocéntrico en el contexto de la historia de las exploraciones. Las tierras que personajes como Vasco de Gama, Colón y Caboto «descubrieron» ya estaban habitadas por otros pueblos, lo único es que los europeos no habían estado allí antes. Aun así, estos «descubrimientos» iban a tener profundas consecuencias tanto para los descubridores como para los descubiertos, y para el mundo en su conjunto.

Los grandes viajes de exploración en los que se embarcaron los navegantes europeos a partir de mediados del siglo XV habían tenido precedentes. Durante miles de años, ya los polinesios habían atravesado miles de millas del océano Pacífico en su frágiles canoas para colonizar islas muy lejanas.

Hacia finales del siglo IX d. C., los vikingos habían establecido una colonia en Groenlandia, y en el año 1000 Leif Eriksson fundó un asentamiento en el noroeste de América del Norte, posiblemente en Newfoundland o en Maine. Por la misma época, mercaderes árabes habían establecido puestos comerciales en la costa oriental de África, y a principios del siglo XV el almirante chino Zheng He también había alcanzado África oriental, Arabia, la India y las Indias orientales. Pero ninguno de estos viajes tuvo el impacto duradero del «descubrimiento» de América por los europeos.

Alrededor del cabo. Los primeros viajes de exploración europeos no se emprendieron para aumentar el conocimiento científico. El motivo principal era comercial, en especial el deseo de conseguir una parte del extremadamente valioso comercio de especias. Las especias tenían su origen en las Indias (como se conocía al sur y el sureste de Asia), y llegaban a Europa a través de rutas terrestres largas y difíciles que atravesaban Asia central y Oriente Medio. La disolución del imperio mongol y la expansión de los otomanos en el siglo XIV hicieron estas rutas más problemáticas. La pequeña pero poderosa República marítima de Venecia controlaba el comercio de Oriente Próximo a través del Mediterráneo hacia Europa, y esto motivaba que sus rivales comerciales buscaran rutas alternativas.
«Las encías de… algunos de nuestros hombres se inflamaron, de manera que no podían comer bajo ninguna circunstancia y por eso murieron».

Antonio Pigafetta, que acompañó a Fernando de Magallanes en la primera circunnavegación del mundo, describe los efectos del escorbuto.

El reino de Portugal, situado en el Atlántico, tomó la delantera en gran medida gracias al impulso de Enrique el Navegante (1394-1460), hijo menor del rey Juan I. El príncipe Enrique estableció una escuela de navegación, impulsó la colonización de Madeira y de las Azores, patrocinó una serie de viajes de exploración por la costa occidental de África, donde se estableció una serie de puestos comerciales. Todo esto fue posible por el desarrollo de barcos de vela más adecuados para mar abierto que las galeras a remo del Mediterráneo, y por nuevas ayudas a la navegación, como el compás magnético (usado primero por los chinos y después por los árabes), el cuadrante y el astrolabio.

El patrocinio de los exploradores por parte del príncipe Enrique fue seguido después de su muerte por el rey Juan II de Portugal. Bajo sus auspicios, en 1488 Bartolomeu Dias dobló el cabo de Buena Esperanza en la punta meridional de África, demostrando que se abría una nueva ruta hacia el este. En 1498 otro navegante portugués, Vasco de Gama, dobló el cabo y después siguió por la costa oriental de África y cruzó el océano abierto hasta Calicut, al suroeste de la India. Regresó con una pequeña cantidad de especias.

Otros siguieron sus pasos, alcanzando las fabulosas islas de las Especias (las Molucas) en las Indias orientales. Las cartas que levantaron con sus complejas rutas a través de las peligrosas aguas del archipiélago malayo acabaron valiendo más que su peso en oro.

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Hacia el Nuevo Mundo. Cristóbal Colón no tenía idea de la existencia de América cuando partió hacia el oeste en 1492. Se conocía desde hacía tiempo que la Tierra era redonda, pero Colón, pensando que la Tierra era más pequeña de lo que es, creía que al navegar hacia el oste alcanzaría las Indias con mayor rapidez que circunnavegando África. De hecho, sus tres barcos tardaron treinta y tres días en llegar a las Bahamas y tal era su convicción de que había alcanzados las Indias que se refirió a sus habitantes como indios.

«Vuestra Alteza… convertirá muy pronto a nuestra santa fe a una multitud de pueblos, adquirirá grandes dominios y grandes riquezas para España. Porque sin duda en estas tierras hay gran cantidad de oro».

Cristóbal Colón, carta a su patrón, el rey Fernando el Católico, octubre de 1492.
Los orígenes de Colón son controvertidos, pero sus patronos eran Fernando e Isabel, rey y reina de una España que acababa de terminar la reconquista. Fernando e Isabel eran católicos fervientes y Colón informó que las Indias estaban llenas de paganos que se podrían convertir a la fe verdadera, y también llenas de oro. La pretensión de la Corona de Castilla sobre las nuevas tierras en el oeste se vio contestada por Portugal, de manera que mediante el tratado de Tordesillas de 1494, propiciado por el papa, América se dividió entre los dos países, con Portugal ganando Brasil y quedando el resto para España. Los ingleses también tuvieron interés en el Nuevo Mundo y en 1496 el rey Enrique VII patrocinó a un navegante italiano, Juan Caboto, que al año siguiente llegó al noreste de América del Norte.

Colonización y dominio. Pasarían otros noventa años antes de que los ingleses intentaran establecer asentamientos en América del Norte, pero más al sur españoles y portugueses aprovecharon su superioridad tecnológica frente a los nativos. Los poderosos imperios de aztecas e incas fueron pronto derrotados, su oro y plata saqueados, y los pueblos indígenas esclavizados y convertidos a la fuerza. Millones murieron a causa de enfermedades europeas contra las que no estaban inmunizados. Aunque pronto surgieron voces, como la de Bartolomé de las Casas, a favor de la protección de los indígenas, y desde el principio se inició un fuerte proceso de mestizaje entre españoles e indígenas que no se daría en la colonización inglesa de América del Norte.

Dar nombre a América

Por un golpe del destino, América no recibió su nombre de Cristóbal Colón, sino de un aventurero y mercader florentino, Américo Vespucio, que en 1499 navegó por la costa noreste de América del Sur y exploró la desembocadura del Amazonas. Colón tuvo que conformarse con dar nombre a una república suramericana, un río norteamericano, una serie de ciudades en EE. UU., un distrito federal y una provincia canadiense.

Había empezado el dominio europeo del mundo. Pero también tendría sus consecuencias. A medida que las potencias atlánticas europeas —España y Portugal, y después los Países Bajos, Gran Bretaña y Francia— crecían con la riqueza de las tierras recién encontradas, el Mediterráneo se convirtió en un escenario secundario, y las grandes ciudades comerciales italianas de Venecia y Génova entraron en decadencia. Sin embargo, no todas las importaciones del Nuevo Mundo fueron beneficiosas. Las grandes cantidades de plata que llegaron a España sirvieron para extender por toda Europa una inflación económica durante el siglo XVI. Otras importaciones, como el tabaco y la sífilis, tuvieron un efecto más insidioso sobre el bienestar europeo, provocando la muerte de varios millones de personas en los siglos siguientes.

La idea en síntesis:
los viajes de descubrimiento abrieron el escenario para la colonización europea y su dominio del mundo

Cronología


18 El imperio otomano

18 El imperio otomano

Para un inglés que escribía en 1603, los turcos otomanos eran «el terror más grande del mundo». Éste era un punto de vista universalmente compartido por los cristianos de Europa.

Durante los dos siglos precedentes los otomanos habían engullido los últimos vestigios del imperio romano en Oriente, habían conquistado toda la península Balcánica y habían aparecido ante las puertas de Viena, amenazando con poner toda Europa central bajo el califato islámico. Su poder se extendía desde el mar Rojo y el golfo Pérsico hasta Hungría y la costa de Berbería en el norte de África, y habían estado cerca de dominar todo el Mediterráneo.

El imperio otomano toma su nombre de su fundador, Osmán u Otmán I, un jefe nómada que a finales del siglo XIII declaró la independencia de su pequeño estado en Anatolia de los turcos selyúcidas, que eran entonces la gran potencia de la región. Se dice que Osmán, mientras se encontraba en casa de un hombre santo, soñó que la luna se levantaba del pecho del hombre santo y se asentaba en su propio pecho. «En cuanto ocurrió», sigue el relato, «nació un árbol de su ombligo y su sombra cubrió todo el mundo». El hombre santo explicó a Osmán que este sueño predecía la soberanía de él y de sus descendientes.

«Cubriendo todo el mundo». Osmán y sus sucesores emprendieron la tarea de convertir este sueño en realidad, eliminando la presencia bizantina en Asia Menor y expandiéndose hacia los Balcanes, donde los campesinos cristianos descubrieron que eran mejor tratados por los otomanos que por sus anteriores señores cristianos. Los bizantinos —herederos del imperio romano de Oriente— quedaron confinados a su capital, Constantinopla, hasta que ésta también cayó en el gran asedio de 1453, marcando el fin de los dos milenios de historia romana y provocando una gran impresión en toda Europa. Los otomanos convirtieron Constantinopla en su capital, rebautizándola como Estambul: «la ciudad».

Sultanes y califas

En el mundo musulmán, el título de «califa» —que significa «sucesor»— se otorgó a los que siguieron a Mahoma como líderes de toda la comunidad islámica, y en los siglos posteriores a Mahoma el título recayó en una serie de dinastías árabes. El título de «sultán» se otorgó a aquellos que ostentaban el poder detrás del trono del califa, y fue adoptado por los otomanos en el siglo XIV. El liderazgo del califato fue asumido por los sultanes otomanos en el siglo XVI después de la conquista de Egipto y la muerte del último califa abbasí. El califato otomano fue finalmente abolido en 1924 por la nueva república secular turca.

El sultán que había capturado Constantinopla, Mehmet II, también completó la conquista de Grecia y estableció una cabeza de puente al otro lado del mar Negro en Crimea. Sus sucesores, Bayazid II y Selim I, conquistaron Siria, el levante, Egipto y parte de Arabia, incluidas las ciudades santas musulmanas de Medina y La Meca.

El poder otomano alcanzó su cénit bajo el hijo de Selim, Solimán I (reinado 1520-1566), conocido como «el Magnífico». Solimán arrebató Mesopotamia a los persas, conquistó Hungría y Transilvania, y en 1529 asedió Viena, retirándose a causa del invierno. Solimán también creó una armada eficaz, que usó para tomar la isla de Rodas de manos de los caballeros de San Juan, mientras que el poder otomano se extendía hacia el Mediterráneo occidental a través de los corsarios de la costa de Berbería, que se convirtieron en vasallos del sultán.

Para la cristiandad occidental, «el Turco» representaba una amenaza para su propia existencia, y estaban en circulación numerosos relatos sobre las atrocidades otomanas. Sin embargo, en general los sultanes otomanos fueron tolerantes con las prácticas religiosas de sus súbditos cristianos y no musulmanes, en fuerte contraste con las persecuciones religiosas desencadenadas en Europa por los príncipes cristianos antes, durante y después de la Reforma.

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«Yo que soy el sultán de sultanes, el soberano de soberanos, la sombra de Dios en la tierra…».
Solimán el Magnífico, en una carta a Carlos V, sacro emperador romano-germánico, junio de 1547.
«El enfermo de Europa». Las ambiciones otomanas en el Mediterráneo occidental fueron finalmente aplastadas en 1571, cuando la flota turca fue derrotada por las fuerzas conjuntas de españoles y venecianos en Lepanto, frente a las costas de Grecia. Después de eso, la historia otomana es la de una lenta decadencia. Mirando atrás desde la perspectiva de finales del siglo XIX, un historiador turco describe la fortuna del estado otomano después de la época de Solimán el Magnífico como una oscilación entre «decadencia y angustia otoñal» y «restauración y rejuvenecimiento primaveral». Pero la tendencia general era sólo una: hacia la decadencia. Turquía, que una vez fue el azote de la cristiandad, fue conocida como «el enfermo de Europa».

Se pueden identificar varias razones para esta decadencia. Los propios sultanes fueron culpables en parte, al hundirse en un aislamiento indulgente en sus lujosos palacios, rodeados por sus harenes y sus cortesanos aduladores. Al mismo tiempo, la administración centralizada establecida por Solimán se desintegró a medida que los administradores locales —los pachás— asumían mayores poderes. La eficacia del gobierno central también se vio debilitada por la tendencia creciente a otorgar los empleos administrativos sobre la base de la herencia más que del mérito. Otro factor fue el conservadurismo creciente dentro del mundo musulmán, que en su momento fue el crisol de la innovación intelectual y tecnológica. Así, el imperio otomano quedó prácticamente al margen de dos acontecimientos cruciales que transformaron Europa y América en los siglos XVIII y XIX: la Ilustración y la revolución industrial.

Los corsarios de Berbería

Desde el siglo XVI los corsarios de la costa de Berbería —las modernas Túnez, Argelia y Marruecos— piratearon por todo el Mediterráneo occidental y llegaron hasta el sur de Inglaterra e Irlanda, capturando cientos de miles de cristianos y vendiéndolos como esclavos.
No fue hasta principios del siglo XIX cuando las potencias occidentales suprimieron la piratería de los corsarios.

A esto siguió la colonización europea de sus patrias.

A medida que disminuía el vigor de los otomanos, las potencias vecinas empezaron a presionar sobre las fronteras de su imperio. Después de otro asedio fracasado de Viena en 1683, los austríacos pasaron a la ofensiva y conquistaron Hungría, mientras que a finales del siglo XVIII los rusos ocuparon la mayor parte de la costa septentrional del mar Negro. En el siglo XIX, la agitación nacionalista aumentó entre los súbditos cristianos de los otomanos en el sureste de Europa, y los otomanos respondieron con un aumento de la represión, para gran horror de la opinión pública en Occidente. Sin embargo, las potencias occidentales estaban alarmadas por las ambiciones rusas a medida que declinaba el poder otomano en los Balcanes y en el Mediterráneo oriental, temiendo un cambio en el equilibrio de poder. En especial Gran Bretaña creía que Rusia amenazaba su ruta hacia la India, su posesión imperial más importante. Siguieron una serie de guerras y crisis diplomáticas mientras Austria y Rusia competían por el dominio en los Balcanes en desintegración. Esta rivalidad culminó en la primera guerra mundial, en la que Turquía se alió con Austria y Alemania contra Rusia, Gran Bretaña y Francia. La derrota final de Turquía en la guerra condujo al desmantelamiento definitivo del imperio otomano.

La idea en síntesis:

la desintegración del, imperio otomano afectó el equilibrio de poder en Europa
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17 El Renacimiento

17 El Renacimiento

Hasta el siglo XIX los historiadores de la cultura no empezaron a aplicar el término Renacimiento a la revitalización de los modelos clásicos en arte y literatura que tuvo lugar en Europa desde el siglo XIVhasta finales del siglo XVI. Junto con esta recuperación descubrieron un movimiento que se alejaba de la visión del mundo centrada en Dios hacia un mundo en el que los humanos ocupaban el centro del escenario.

En la época victoriana los historiadores veían a menudo la historia como una historia del progreso, en la que la humanidad mejoraba paulatinamente a través de las edades, moviéndose desde la barbarie y la superstición hacia la racionalidad, la ilustración y las buenas formas. Según esta visión, la civilización occidental había sufrido un retroceso con la caída de Roma y había decaído en una larga «Edad Oscura» durante el período medieval, para retomar el camino hacia la luz después del redescubrimiento de los valores clásicos: los de las antiguas Grecia y Roma.

Las artes visuales. La noción de que los humanos habían conseguido algo nuevo y destacable en el período que ahora llamamos Renacimiento se remonta más allá del siglo XIX, y debe mucho al artista y biógrafo italiano Giorgio Vasari (1511-1574). En Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos (1550), Vasari describe cómo desde finales del siglo XIII los pintores toscanos, como Giotto, reaccionaron contra el arte gótico de la Edad Media y empezaron a «purgarse de este estilo tan crudo». «Los que vinieron después», continúa Vasari, «eran capaces de distinguir lo bueno de lo malo, y abandonando el viejo estilo, empezaron a copiar a los antiguos con todo ardor y atención». La versión de Vasari de la historia del arte culmina con la perfección conseguida, o eso opina él, por su amigo, el pintor y escultor Miguel Ángel (1475-1564). «Sobresale no sólo por encima de los que, como se ha visto, han sobrepasado a la Naturaleza», exagera Vasari, «sino también por encima de los antiguos, que indudablemente la sobrepasaron. Ha ido de conquista en conquista, sin encontrar nunca una dificultad que no pudiera superar con la fuerza de su genio divino…». Se trataba de una pieza brillante de relaciones públicas, que iba a fijar la agenda no sólo de la historia del arte, sino en general de la historia cultural durante muchos siglos. El centro de atención se trasladaba de los esfuerzos colectivos, a menudo anónimos, de los artistas medievales, como los constructores de las grandes catedrales, hacia el genio individual, el ser humano en cuya sangre ardía la llama divina.

«El Renacimiento… representa la juventud, y sólo la juventud con su curiosidad intelectual y energía que abarca toda la vida…».

Bernhard Berenson, «Los pintores venecianos del Renacimiento», 1884.
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Es cierto que en las artes visuales se produjeron una serie de innovaciones y desarrollos notables durante el Renacimiento, extendiéndose desde Italia hacia otras partes de Europa. En arquitectura, el estilo gótico fue abandonado a favor de una revitalización y adaptación de los modelos griego y romano. (El término «gótico» fue acuñado durante el Renacimiento tardío, sugiriendo que el estilo de la Alta Edad Media fue tan bárbaro como los godos que saquearon Roma). En pintura, se realizó un nuevo descubrimiento: la perspectiva, que producía la ilusión de un espacio tridimensional. Tanto en la pintura como en la escultura aumentó la secularización. El tema del arte medieval había sido predominantemente religioso, y casi siempre estaba destinado a la Iglesia. Aunque los temas religiosos siguieron siendo importantes durante el Renacimiento, los mecenas seculares querían demostrar su riqueza decorando las paredes de sus palacios con historias extraídas de la mitología griega, siendo una de las razones que dichas historias ofrecían muchas oportunidades para representar cuerpos bellos muy ligeros de ropa. Donde la Iglesia enseñaba la doctrina del pecado original y de la vergüenza de la desnudez, los artistas del Renacimiento impulsaron la noción atractiva de la perfección del ser humano, sobre todo en lo que se refería a la apariencia física.

«Hombre renacentista»

La idea de la perfección humana quedó encarnada en el concepto completo de «hombre renacentista» articulado con elocuencia por Baltasar de Castiglione en su libro El cortesano (1528). «Este cortesano debe ser de noble cuna», escribió, «dotado no sólo de talento y belleza en su persona y gesto, sino también con cierta gracia». Debía ser un soldado experto, buen jinete, capaz de «hablar y escribir bien», y de habilidad demostrada en música, dibujo y pintura. La obra fue muy popular, pero quizá porque rearticulaba el ideal del «caballero perfecto y gentil» que había sido central durante muchos siglos en el concepto medieval de la caballería.

Humanismo renacentista. La idea de la perfección del hombre fue importante en el movimiento conocido como «Humanismo renacentista». Se originó en Italia en el siglo XIV cuando el poeta Petrarca (1304-1374) —que fue el primero en acuñar el término «Edad Oscura»— impulsó un nuevo interés por las obras de los antiguos autores griegos y romanos. Muchas de estas obras habían sido redescubiertas durante los dos siglos anteriores, en especial numerosos textos griegos que habían sido preservados por estudiosos árabes, y después habían sido traducidos por europeos al latín (que era una lengua más extendida que el griego). La palabra «humanismo» deriva del concepto latino de studia humanitatis, el nombre que recibió el nuevo sistema educativo propuesto por los seguidores de Petrarca. Este método, basado en la literatura clásica, cubría cinco temas principales: retórica, poesía, gramática, historia y filosofía moral.

Los umanisti italianos, como se empezó a conocer a los estudiosos clásicos, no sólo pretendían imitar el estilo de los autores antiguos, sino también adoptar su modelo de investigación intelectual, libre de las limitaciones impuestas por la doctrina cristiana (aunque no llegaron tan lejos de rechazar las enseñanzas de la Iglesia). El estudio de lo que se consideraba la virtud fue de especial importancia: cómo debía actuar el hombre virtuoso en política, en el campo de batalla, etc. Aun así, el estilo era importante: al adoptar la retórica de figuras como el orador romano Cicerón, los humanistas creían que podían promover la virtud en los demás y en el estado en su conjunto.

La imprenta

La imprenta con tipos móviles había estado en uso en China desde el siglo XI, pero era desconocida en Europa hasta que la técnica fue inventada de forma independiente por el impresor alemán Johannes Gutenberg hacia 1450. Antes de esto, los textos se copiaban laboriosamente a mano, limitando mucho el número de libros —y por tanto la cantidad de conocimiento y opinión— en circulación. La imprenta con tipos móviles permitió la producción masiva no sólo de libros, sino también de folletos, baladas y panfletos. Esto permitió la transmisión a una audiencia internacional mucho más amplia de las obras no sólo de los humanistas renacentistas, sino también de los reformadores religiosos, contribuyendo significativamente a la extensión de la Reforma protestante.

El espíritu de libre investigación iniciado por los humanistas se extendió hacia el norte de Europa, donde el erudito holandés Desiderio Erasmo (1466-1536) se convirtió en un gran crítico de la Iglesia católica. Pero nunca respaldó la ruptura con Roma iniciada por Martín Lutero, y el grado en que el espíritu del Renacimiento influyó en los reformadores protestantes es un tema a debate. Igualmente controvertido es hasta qué punto este espíritu inició la revolución científica de los siglos XVI y XVII, dado que los grandes astrónomos y anatomistas de esta época rechazaron las enseñanzas de los autores clásicos —y de la Iglesia— cuando entraban en conflicto con los hechos observados. Y fue la revolución científica, más que el humanismo renacentista, la que impulsó la revolución intelectual, ética y filosófica de mucho mayor alcance de la Ilustración del siglo XVIII, en la que hunden sus raíces muchos de nuestros modernos valores occidentales.

La idea en síntesis:
un alejamiento del discurso teocéntrico de la Edad Media, pero no una revolución
Cronología


16 Imperios y reinos en África

16 Imperios y reinos en África

Cuando los exploradores europeos estudiaron por primera vez las ruinas de la Gran Zimbabue a finales del siglo XIX, estuvieron convencidos de que este enorme complejo palaciego real, con sus altas murallas y torres de piedra, no pudo ser obra de los africanos locales. Afirmaban que las ruinas debían ser obra de fenicios o árabes, y surgieron historias que relacionaban el yacimiento con las fabulosas minas del rey Salomón y la reina de Saba.

Simplemente no encajaba en el proyecto colonial europeo considerar a los africanos negros capaces de desarrollar una sociedad con la riqueza y la complejidad necesarias para producir semejante magnificencia.

Hubo una sensación de incredulidad similar cuando los europeos se encontraron las sorprendentes cabezas de cobre de Ife, en lo que ahora es el suroeste de Nigeria. Tanto estética como técnicamente estas estatuas, datadas entre los siglos XII y XVI, superaban o igualaban lo que se estaba produciendo en Europa en la misma época. Pero al acumularse las evidencias arqueológicas, tanto en Ife como en Gran Zimbabue, quedó claro que en ambos lugares habían florecido reinos indígenas prósperos y poderosos durante la época de la Edad Media europea. Y éstos eran sólo dos de una serie de reinos e imperios ricos que crecieron en el África subsahariana durante la era precolonial.

«Entre las minas de oro de las llanuras del interior… existe una fortaleza de piedra de dimensiones maravillosas…».

Vicente Pegado, capitán de la guarnición portuguesa de Sofala en la costa de Mozambique, ofrece la primera descripción europea del Gran Zimbabue, 1531.

La cuna de la humanidad. Fue en África donde evolucionaron nuestros primeros ancestros humanos hace unos cuatro millones de años. Dos millones de años después, el Homo erectus, una primera especie humana, empezó a extenderse fuera de África, llegando a Europa y el este de Asia. Los humanos modernos, Homo sapiens sapiens, también se desarrollaron en África hace unos 200 000 años. Desde hace unos 100 000 años algunos de estos humanos modernos empezaron a emigrar a Europa y Asia, y desde allí llegaron a Australia, Oceanía y América.

África se vio afectada por un cambio climático después de 5000 a. C., que propició la formación del desierto del Sahara. Esto creó una barrera física entre los pueblos a ambos lados del mismo, y aquellos que vivían al norte del desierto cayeron dentro del ámbito del Mediterráneo y de Oriente Próximo. Su historia está mezclada con la del antiguo Egipto, de Cartago, de los imperios de Alejandro Magno, Roma, los árabes y los turcos otomanos.

Por el otro lado de la gran división, la evolución fue en líneas generales independiente. Hacia 4000 a. C. las comunidades agrícolas se habían establecido en las sabanas del Sahel, la zona justo al sur del Sahara, la fundición del hierro surgió en África oriental en el I milenio a. C., y algunos asentamientos importantes crecieron con el impulso del comercio con los nómadas del desierto en el norte y los pueblos de las selvas en el sur.

Entre hace 2000 y 1500 años las comunidades agrícolas de la Edad del Hierro iniciaron su expansión hasta el sureste desde África oriental, en lo que se conoce como la migración bantú. Los cazadores-recolectores indígenas del sur fueron marginados: los pigmeos de África central se refugiaron en las densas selvas tropicales, mientras que los san (bosquimanos) de África austral quedaron confinados al desierto del Kalahari.

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«Aquí hay gran cantidad de médicos, jueces, sacerdotes y otros hombres instruidos, que se mantienen espléndidamente a costa y a cargo del rey».

León el Africano, «Descripción de África», 1550, describe Tombuctú, la capital del imperio de Malí.

Contactos culturales. En algunos lugares tuvieron lugar contactos entre el África subsahariana y los pueblos del norte. El Nilo proporcionó un enlace entre el Egipto de los faraones y los pueblos de piel más oscura del sur, en Nubia (norte de Sudán). Nubia fue conquistada por los egipcios a principios del II milenio a. C., y algunos de los faraones posteriores fueron en realidad de origen nubio. Fueron los nubios los que, alrededor de 100 d. C., establecieron el reino de Auxum a lo largo de la costa del mar Rojo. Inicialmente Auxum también gobernó sobre parte de Arabia, pero más tarde los gobernantes penetraron más en el interior para formar el reino de Abisinia en lo que actualmente es Etiopía. Abisinia adoptó el cristianismo en el siglo IV d. C. y tuvo éxito en el mantenimiento de su identidad e independencia contra la influencia árabe-musulmana y la invasión europea hasta la ocupación italiana en 1935-1941.

En otras partes de África empezó a dominar el islam. Después de extenderse con rapidez por el norte del continente en el siglo VII, comenzó a filtrarse hacia el sur a través de las rutas del comercio transahariano, y se estableció en el Sahel en el siglo XI. Los marineros árabes también extendieron su religión y cultura por la costa oriental de África, donde establecieron una serie de puestos comerciales como Mombasa.

Oro, marfil y esclavos. Fue el comercio del oro con los árabes en la costa de África oriental lo que proporcionó la riqueza necesaria para construir la Gran Zimbabue en los siglos XIV y XV. La exportación de oro, marfil y esclavos a través de las rutas de las caravanas transaharianas también cimentó la riqueza y el poder de una serie de imperios y reinos que dominó sucesivamente África occidental y el Sahel. Desde el siglo VIII al siglo XI, el imperio de Ghana se extendió sobre partes de las modernas Mauritania y Malí, y se decía que sus gobernantes podían reunir un ejército de 200 000 hombres. En los siglo XIIIal XV, el imperio de Malí dominó la cuenca alta del río Níger y hacia el oeste llegó hasta la costa del Atlántico. Otros imperios le siguieron: el songhai en los siglos XV y XVI, que fue incluso más grande que el de Malí; y bornu, centrado alrededor del lago Chad, que alcanzó su cénit en el siglo XVII.

La munificencia de Mansa y Musa

Tal era la riqueza del imperio de Malí que cuando su devoto gobernante, Mansa Musa, realizó la peregrinación a La Meca en 1324 llevó consigo a decenas de miles de seguidores —soldados, esclavos, esposas y funcionarios de la corte— junto con 100 camellos, cada uno de los cuales cargaba 45 kg de oro. Cuando llegó a El Cairo, gastó tanto oro, «inundando la ciudad con su amabilidad», que se disparó el coste de bienes y servicios, a la moneda local le costó varios años recuperar su valor.

El comercio de esclavos aumentó exponencialmente cuando en el siglo XV los portugueses establecieron puestos comerciales a lo largo de la costa atlántica de África. A los portugueses les siguieron los holandeses, los franceses y los ingleses, y una serie de reinos africanos del interior —Benín, Oyo y Ashanti— florecieron en parte al satisfacer la insaciable demanda de esclavos. El comercio de esclavos —mediante el cual millones de africanos negros fueron embarcados hacia el otro lado del Atlántico para trabajar en las plantaciones del Nuevo Mundo— tuvo un efecto inmensamente destructivo sobre la sociedad tradicional africana. Este «holocausto africano», como se le ha descrito, dejó el continente maduro para la ocupación colonial europea a finales del siglo XIX.

Sólo unos pocos reinos africanos —como los ashanti en África oriental y los zulúes en África austral— fueron capaces de ofrecer una resistencia efectiva, y al final también fueron aplastados.

La idea en síntesis:
imperios ricos y poderosos florecieron en su momento en lo que los europeos llamaron «el continente negro»

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jueves, 16 de marzo de 2017

15 Incas y aztecas

15 Incas y aztecas

La gente de la Europa medieval tenía alguna idea de la existencia de otras culturas importantes y de gobernantes poderosos además de los propios: los sultanes y califas del mundo musulmán, el Gran Khan de las estepas, el emperador de Catay. Pero no tenían ni idea que hacia el oeste, al otro lado del Atlántico, más allá del sol poniente, existía un gran continente donde florecían civilizaciones de una riqueza y brillantez inimaginables.

La ironía es que cuando tropezaron con estas civilizaciones —las de los incas y los aztecas—, un puñado de aventureros europeos fueron capaces de destruirlas en sólo unos pocos años.

Los primeros humanos llegaron al norte del continente americano desde el este de Asia en algún momento durante la última glaciación, cuando los dos continentes estuvieron unidos mediante un puente terrestre. Esta migración pudo tener lugar lo más pronto hace unos 25 000 años y desde luego no fue después de 8000 a. C., cuando la elevación del nivel del mar cubrió el puente terrestre que cruzaba el estrecho de Bering. Después de eso, los asentamientos humanos se extendieron con rapidez por América en dirección sur. El inicio de la agricultura se puede rastrear en el VII milenio a. C. en la región andina de América del Sur, extendiéndose desde allí a otras partes del continente.

Primeras civilizaciones. Cuando los excedentes agrícolas permitieron que las sociedades fueran más complejas, aparecieron los primeros grandes centros ceremoniales en Mesoamérica y los Andes.

Algunos de los monumentos más sorprendentes —incluyendo plazas, pirámides y colosales cabezas de piedra— fueron los construidos alrededor de 1200 a. C. en la costa caribeña de Mesoamérica por el pueblo olmeca. Los centros ceremoniales crecieron hasta convertirse en ciudades-templo organizadas de forma geométrica siguiendo principios astronómicos, como Tiahuanaco en los Andes y Teotihuacán en el valle de México. En el I milenio d. C. Teotihuacán tenía una población de alrededor de 200 000 habitantes, mucho más que cualquier ciudad europea de la época, excepto Roma antes de su caída. A finales del milenio Teotihuacán, junto con las grandes ciudades-estado del pueblo maya en la península del Yucatán, habían sido abandonadas, por razones que no están del todo claras.

Las líneas de Nazca.

El desierto de Nazca en Perú está cubierto de cientos de gigantescas figuras lineales. Algunas son simplemente figuras geométricas mientras que otras representan animales como monos, oreas, lagartos y colibríes. Estas figuras misteriosas fueron creadas durante un período de cerca de 1000 años, desde alrededor de 200 a. C. hasta 700 d. C., y se realizaron mediante la retirada de las piedras oscuras de la superficie del desierto, dejando a la vista el suelo más pálido que se encuentra debajo. Son tan grandes que su contorno sólo se puede ver desde el aire, de manera que los que las crearon nunca las pudieron ver enteras. Sin embargo, el método para hacer estas figuras gigantes no es complejo, y es posible que se usasen para diversos rituales chamánicos, durante los cuales los participantes avanzarían por las líneas antes de realizar las ofrendas a los dioses.

Muchas de las características perdurables de las culturas mesoamericanas tuvieron sus orígenes en estas primeras sociedades. En el corazón de sus ciudades y centros ceremoniales se levantaban majestuosas pirámides-templo escalonadas. También existía un gran interés en la astronomía y el calendario, y en especial los mayas desarrollaron sistemas matemáticos sofisticados, como la notación posicional para los números, así como una forma de escritura que seguía en uso en Mesoamérica en el momento de la conquista española. Finalmente, existía la práctica de sacrificar humanos para propiciar a los dioses sedientos de sangre y para asegurar el ciclo de las estaciones. «Cuando sacrifican a un desdichado indio», escribía un testigo presencial europeo en el siglo XVI, «le abren el pecho con cuchillos de piedra y le arrancan el corazón aún palpitante…». Los sacrificios humanos también eran característicos de algunas de las culturas andinas.

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«Muchos señores caminaban delante del gran Moctezuma, barriendo el suelo donde iba a pisar y extendiendo telas sobre él, de manera que no tuviera que pisar la tierra».

Bernal Díaz del Castillo, «Historia verdadera de la conquista de la Nueva España», década de 1560,describiendo el desfile del emperador azteca.

Los últimos imperios. Cuando los europeos llegaron al continente americano a principios del siglo XVI, dos grandes imperios ocupaban grandes extensiones territoriales. Gran parte de Mesoamérica estaba bajo el control de los aztecas, mientras que la región andina, desde Ecuador hasta el norte de Chile, estaba gobernada por los incas de Perú. Los aztecas fueron los últimos de una serie de estados guerreros que dominó Mesoamérica en la época precolombina, y desde su magnífica capital de Tenochtitlán (en la ubicación de la actual ciudad de México) exigían de forma masiva tributos y víctimas para los sacrificios humanos a los pueblos vecinos.

El estado inca parece que fue menos sanguinario (aunque los sacrificios humanos no eran desconocidos) y más unificado. La tarea del gobierno central se veía facilitada por una red de carreteras bien construidas, que se extendían miles de kilómetros a lo largo y a lo ancho del imperio. Sin embargo, en ninguna parte de América se usaba la rueda; el transporte se hacía a pie o —en los Andes— en la principal bestia de carga: la llama. Como ayuda para la comunicación los incas tenían un sistema de cuerdas anudadas llamadas quipu, que se usaban para contar y elaborar censos, aunque, a diferencia de la escritura maya, no parece que se desarrollase hacia un sistema de escritura más flexible.

La conquista española. Cuando los conquistadores españoles se encontraron con estas civilizaciones, quedaron sorprendidos por su magnificencia, pero también estaban preparados para explotar su superioridad tecnológica. Los indígenas no sólo carecían de la rueda, sino que sus herramientas y armas aún eran de piedra. Así, cuando se enfrentaban a los soldados españoles con yelmos y petos de acero, espadas de acero, armas de fuego y caballos, se sentían apabullados.
«Algunos de nuestros soldados preguntaban incluso si las cosas que veíamos no eran un sueño».
Bernal Díaz del Castillo, un conquistador que acompañó a Cortés, describe la reacción española ante las maravillas de la capital azteca, Tenochtitlán.

En México, el conquistador Hernán Cortés descubrió que los vecinos de los aztecas estaban deseando unirse a los españoles para atacar a sus gobernantes, cuyas demandas insaciables para los sacrificios humanos los tenían soliviantados. En poco más de un año, en 1519-1520, Cortés y poco más de un centenar de soldados españoles habían derrotado el poder de los aztecas, cuyo emperador Moctezuma creía que Cortés era una manifestación del dios Quetzalcóatl («la Serpiente emplumada») y por eso ofreció poca resistencia.

Una historia similar se desarrolló en Perú, donde Francisco Pizarro, otro aventurero español en busca de oro y poder, capitaneó a menos de 200 hombres contra los incas. En 1532 condujo al emperador inca, Atahualpa, a una trampa, masacró a su escolta de miles de hombres y capturó al emperador.

Atahualpa ofreció a Pizarro una habitación llena de oro a cambio de su liberación, pero cuando Pizarro tuvo el oro se retractó y ordenó que quemasen a Atahualpa en la hoguera. Cuando, enfrentado a la muerte, el emperador se convirtió al cristianismo, Pizarro se apiadó y lo hizo agarrotar. La conquista de Perú fue completada en 1535 con la captura de Cuzco, la capital inca. Tanto aquí como en México el nuevo poder colonial procedió a esclavizar y a forzar la conversión de sus súbditos.

La idea en síntesis:
civilizaciones milenarias fueron barridas en unos pocos años
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14 Japón, el imperio insular

14 Japón, el imperio insular

Se ha dicho que cualquier país es diferente de todos los demás, pero que Japón es «diferentemente diferente». Quizá por su aislamiento geográfico, en un archipiélago de islas frente a la costa oriental de Asia, Japón se ha mantenido alejado del resto del mundo durante la mayor parte de su historia.
Incluso resulta sorprendente que la rápida modernización e industrialización a finales del siglo XIX sólo rozó la superficie de la vida japonesa, y no alteró la fuerte fidelidad del país a sus costumbres, valores y visión del mundo tradicionales.

Las islas de Japón fueron colonizadas por los humanos hace unos 40 000 años, durante la última glaciación, cuando bajó el nivel del mar y se formó un puente terrestre desde el continente asiático. Estos japoneses del paleolítico eran cazadores-recolectores, y hacia 10000 a. C. empezaron a fabricar cerámica, siendo una de las primeras culturas del mundo en hacerlo. Sin embargo, no fue hasta alrededor de 400 a. C. cuando otra oleada de inmigrantes —posiblemente de China y Corea— trajo la agricultura y la metalurgia. Desde luego existían contactos con la muy desarrollada civilización china en el este, que en el siglo I d. C. cobraba tributos de los numerosos clanes de Japón. De China obtuvo Japón su escritura y las creencias confucianas y budistas, que se fundieron con la religión shinto nativa, con su énfasis en el culto a los antepasados y respeto por la tradición y la tierra natal. A pesar de estas conexiones, la lengua japonesa no está relacionada con el chino, y posiblemente con ninguna otra lengua.

«La armonía es que se te valore y evitar una oposición gratuita a que te honren…».
El príncipe Shotoku, que se convirtió en regente en 593 d. C., entrega la ley imperial en la constitución de los diecisiete artículos de 604.

Emperadores y sogunes. A partir del siglo III d. C. Japón fue un mosaico de estados militares, pero alrededor de 400 d. C., uno de ellos, Yamamoto, empezó a dominar a los demás, y desde entonces todos los emperadores japoneses se dicen descendientes de la dinastía Yamamoto. En 607 el «Emperador de la Tierra del Sol Naciente» (es decir, Japón) escribía al «Emperador de la Tierra del Sol Poniente» (es decir, China) como un igual en poder y magnificencia. En el siglo VIII los japoneses establecieron una capital imperial en Nara, siguiendo el modelo chino, y empezaron a adoptar el modelo chino de un gobierno fuerte y centralizado. Se desarrolló un mito nuevo de los orígenes, según el cual el emperador descendía del legendario primer emperador, Jimmu, que, según el mito, había fundado Japón en 660 a. C. y era descendiente de la diosa solar del shinto, Amaterasu. La pretensión de los emperadores japoneses al estatus divino no fue abandonada hasta después de la segunda guerra mundial.

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En 794 la capital se trasladó a Kyoto. A partir de entonces disminuyeron los contactos con China y el poder de los emperadores fue eclipsado por el poder creciente de la familia nobiliaria de los Fujiwara, cuyos miembros actuaban como regentes. En el siglo XII los Fujiwara se vieron presionados por una serie de familias nobiliarias. Como consecuencia, Japón se hundió en una guerra civil de la que surgió una sociedad feudal descentralizada, con el poder dividido entre una serie de barones regionales (daimyos), que mantenían bandas de guerreros samurái, una casta militar de élite, que se consideraba de rango superior a mercaderes, artesanos y campesinos. En 1159 un señor de la guerra llamado Yoritomo, de la familia Minamoto, tomó el poder supremo, y desde 1185 gobernó desde Kamakura (cerca de Tokio) como sogún (dictador militar), mientras que el emperador, recluido en Kyoto, quedó reducido a una figura representativa.

Los shogunes de diversas familias siguieron siendo los gobernantes absolutos de Japón durante muchos siglos, interrumpidos en el siglo XVI por una serie de guerras civiles. En 1600 Japón estaba reunificado y un noble de la familia Tokugawa, llamado Ieyasu, estableció un nuevo shogunato, centrado en Edo (Tokio), mientras que el emperador seguía sin poder en Kyoto.

Kamikaze
El aislamiento durante la Edad Media llegó a tal punto que los japoneses no estaban acostumbrados a enfrentarse a amenazas desde ultramar. Por eso fue una impresión terrible cuando en 1274 y de nuevo en 1281 los mongoles —que bajo Kublai Khan habían conquistado toda China— intentaron invadir Japón con desembarcos masivos. En ambas ocasiones la flota mongola fue destruida por un tifón, conocido desde entonces por los japoneses como kamikaze, que significa «viento divino». La leyenda resurgió hacia finales de la segunda guerra mundial cuando, en una apuesta desesperada para detener el avance aliado sobre las islas patrias, los pilotos japoneses adoptaron el nombre de kamikaze cuando precipitaban deliberadamente sus aviones cargados de bombas contra los buques enemigos.
Los shogunes Tokugawa ejercieron un control estrecho sobre los daimyos, forzándoles a pasar mucho tiempo en Edo, y lejos de sus bases de poder regionales (de la misma forma que Luis XVI redujo a la turbulenta nobleza de Francia a finales del siglo XVII al exigirles que vivieran en su gran palacio de Versalles). Los shogunes Tokugawa también volvieron la espalda a los contactos europeos.

Mercaderes y misioneros cristianos habían empezado a llegar en el siglo XVI, y muchos campesinos se habían convertido. Los shogunes temían que esto anunciase una ocupación europea, y desde 1635 impusieron una política de aislamiento, prohibiendo todo contacto entre japoneses y extranjeros. La única excepción era la pequeña concesión mercantil holandesa en una isla en el puerto de Nagasaki.
Salir del aislamiento. Este aislamiento terminó a la fuerza el 8 de julio de 1853 cuando buques de guerra de EE. UU. bajo el mando del comodoro Matthew Perry entraron en la bahía de Edo. Después de demostrar el poder de fuego de los barcos, Perry exigió que los japoneses abrieran sus puertas al comercio exterior. Como consecuencia, se presionó a Japón para que firmase una serie de tratados con las potencias occidentales, garantizando a éstas derechos comerciales que comprometían la soberanía japonesa.

«Si cualquier japonés intenta ir en secreto a ultramar, debe ser ejecutado… Si cualquier japonés regresa de ultramar, después de residir allí, debe morir».

El shogun Tokugawa Iemitsu publicó un edicto en 1635 cerrando Japón a cualquier contacto con el extranjero.

Estos cambios forzados marcaron el final de la larga Edad Media de Japón. Después de un golpe de los modernizadores en 1868, el shogun dimitió, y en 1869 el emperador, con poderes renovados, fue instalado en Edo, que fue rebautizada como Tokio. Él mismo tomó el nombre de Meiji, que significa «gobierno ilustrado». Le siguió un período importante en el que Japón llevó a cabo en tres décadas un proceso de industrialización que había tardado dos siglos en Europa. No sólo se transformaron las manufacturas, sino que la educación, las fuerzas armadas, la economía y el sistema político fueron modernizados según el modelo occidental.

Al crecer el poder de Japón, los tratados desiguales fueron dejados de lado. Con el objetivo de convertirse en la potencia regional dominante, Japón libró una guerra con China en 1894-1895 y se anexionó Corea y Taiwán. Después, en 1904-1905, disputó a Rusia el control de Manchuria. Japón ganó una victoria naval decisiva contra los rusos en Tsushima: la primera victoria en la época moderna de una nación asiática contra una potencia europea. Al estallar la primera guerra mundial, Japón era tratado como un igual, convirtiéndose en aliado de Gran Bretaña. Durante la guerra atacó bases alemanas en China y ocupó algunas de las posesiones insulares de Alemania en el Pacífico. Después de la guerra los delegados japoneses asistieron a la conferencia de paz de París, y Japón recibió un mandato de la Sociedad de Naciones sobre las antiguas colonias alemanas en el Pacífico al norte del ecuador. Japón había enseñado músculo; iba a venir mucho más.

La idea en síntesis:
una transformación sorprendente del medievo a la modernidad
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13 Los mongoles

13 Los mongoles

En el siglo XIII un oscuro pueblo nómada de las estepas del noreste de Asia creó el imperio terrestre más grande que ha conocido el mundo, que se extendía desde Hungría en el oeste a Corea en el este, y ocupaba prácticamente toda Asia, excepto la India y el sureste del continente.

Ese pueblo fueron los mongoles, y bajo el liderazgo de Gengis Khan y de sus hijos y nietos salieron de su patria en Mongolia y provocaron el caos en la mayor parte del mundo conocido. En el proceso fueron responsables de matanzas a una escala inimaginable hasta la era de Hitler y Stalin.

Los mongoles paganos eran temidos y detestados por igual por cristianos y musulmanes, y aun así se mostraron respetuosos y tolerantes con las religiones de los demás, siempre que se sometieran al poder mongol. Y mientras en Occidente el nombre de Gengis Khan es sinónimo de brutalidad inmisericorde, en su Mongolia natal y entre otros pueblos turcos, se le admira como un gran héroe: hasta la actualidad muchos niños reciben en Turquía el nombre de Gengis. Los historiadores modernos destacan la visión de Gengis, señalando que al crear su enorme impero euroasiático permitió el contacto entre Europa y la civilización tecnológicamente mucho más avanzada de China, para el inmenso enriquecimiento de los primeros.

«Quieren someter a todo el mundo».

Juan de Plano Carpini, enviado del papa a los mongoles en la década de 1240.

Los jinetes de las estepas. Durante milenios, los pueblos agrícolas y sedentarios de Europa, Oriente Medio y China habían estado sometidos a las oleadas de invasiones por parte de pueblos nómadas de las remotas estepas en el corazón de Asia. En el mundo antiguo, los griegos escribieron sobre los escitas y los sármatas que vivían al norte del mar Negro, mientras que en los siglo IV y V los hunos recorrieron Europa, empujando a las tribus germánicas a cruzar las fronteras del imperio romano. Al mismo tiempo, un pueblo emparentado, al que los chinos llamaban los Wei del norte, tomó el control de la fértil cuenca del río Amarillo (Huang He). Otro grupo de nómadas, los magiares —los ancestros de los húngaros actuales— fueron detenidos en su avance por Europa por la victoria decisiva del emperador alemán Otón I en Lechfeld en 950.

Estos pueblos, y los mongoles que les siguieron, eran todos jinetes magníficos. Sus tácticas militares eran muy móviles: evitaban las batallas campales tradicionales, empleando en su lugar los ataques sorpresa contra el enemigo. Después desaparecían en la inmensidad de las estepas, retando a sus oponentes a que los siguieran, normalmente con consecuencias nefastas. Su arma tradicional era el arco, al que se unió después la lanza, que se volvió doblemente efectiva con la aparición del estribo en el siglo V d. C.

Descripciones contemporáneas de los ejércitos mongoles en movimiento relatan cómo hombres y mujeres eran capaces de largas jornadas a caballo con mucho frío o un calor extremo. Llevaban sus yurtas (tiendas circulares de cuero) sobre carros, y sobrevivían casi exclusivamente con carne y leche. Según el enviado papal del siglo XIII, Juan de Plano Carpini, «muestran considerable respeto los unos con los otros y son muy amistosos entre ellos, y comparten voluntariamente la comida, aunque haya poca. También soportan largo tiempo las privaciones…».
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Los Descendientes de Gengis Khan
En 2003 un grupo de genetistas publicó los resultados de un estudio durante 10 años de la población que vivía en lo que había sido el imperio mongol, que se extendía desde el océano Pacífico al mar Caspio. Descubrieron que el 8 por ciento de los hombres que vivían en esta región —unos 16 millones de individuos, lo que representa el 0,5 por ciento de toda la población masculina del mundo— compartían un cromosoma Y casi idéntico. Esto indica que eran descendientes de un solo hombre que vivió hace unos 1000 años, y que este hombre fue un ancestro de Gengis Khan y de sus parientes masculinos más cercanos. Durante el transcurso de las conquistas mongolas, los jefes eran los primeros en elegir a las mujeres más bellas como esposas y concubinas. En su momento se recogió que el hijo mayor de Gengis, Tushi, era padre de cuarenta hijos, mientras que su nieto, Kublai Khan, que conquistó China, tenía veintidós hijos legítimos, y cada año añadía treinta vírgenes a su harén.
«La mayor alegría es conquistar a tus enemigos, perseguirlos, privarles de sus posesiones, reducir sus familias en lágrimas, montar sus caballos y hacerle el amor a sus esposas e hijas».

Gengis Khan, comentario atribuido.
Gengis Khan y sus sucesores. En la primera década del siglo XIII, un jefe mongol llamado Temujin (que significa «el mejor acero») unió todas las tribus de Mongolia bajo su gobierno. En una gran reunión en 1206 adoptó un nombre nuevo, Gengis Khan, que significa «Señor de la Tierra». Después empezó a darle contenido a este título, y en 1215 había conquistado la mayor parte del norte de China. Cuatro años después se volvió hacia el oeste y sometió Afganistán e Irán. «Como hay un solo cielo», proclamó, «debe haber un solo imperio en la tierra».

Gengis murió en 1227, pero sus hijos y nietos prosiguieron su obra, cruzando el Volga en 1238 y penetrando en la Rusia europea, sometiendo a los turcos de Anatolia, y en 1258 destruyendo el califato abbasí con sede en Bagdad. Los cristianos habían esperado que los invasores de Oriente se convertirían en aliados de sus campañas contra los musulmanes, pero cuando en la década de 1240 el papa envió un embajador a los mongoles, regresó con la exigencia de que todos los príncipes de Europa se sometieran al Gran Khan.

La expansión mongola en Oriente Próximo llegó a un final abrupto en 1260, cuando fueron completamente derrotados en Ain Jalut por los mamelucos de Egipto. Los vencedores cortaron la cabeza del comandante mongol y la utilizaron para jugar al polo. Pero la expansión prosiguió en el este, donde en la década de 1270 el nieto de Gengis, Kublai Khan, derrocó a los gobernantes Song del sur de China y estableció su propia dinastía imperial: los Yuan.

El saqueo de Bagdad
En 1258 el nieto de Gengis Khan, Hulagu, capturó Bagdad, capital de los califas abbasíes, y asesinó a miles de sus habitantes. El califa fue envuelto en una alfombra y pateado por caballos hasta morir, porque los mongoles creían que ofendería a la tierra el derramamiento de sangre real. La Gran Biblioteca fue devastada y los libros lanzados al Tigris en tal cantidad que se decía que un hombre podía atravesar a caballo el río, que, en palabras de un historiador árabe, «corría negro de la tinta de los estudiosos y rojo de la sangre de los mártires».

En 1300 el imperio mongol se había dividido en una serie de kanatos que se fueron desintegrando poco a poco durante los siglos siguientes. Hubo una especie de revitalización a finales del siglo XIV bajo un jefe llamado Timur o Tamerlán, que se proclamó descendiente de Gengis Khan. Condujo una larga campaña de destrucción por todo Oriente Medio, Asia central y la India, pero nunca consolidó sus conquistas en un imperio. En 1526 un descendiente de Timur, Babur de Kabul, invadió la India y estableció una dinastía islámica que iba a gobernar el subcontinente durante siglos, creando una cultura magnífica, marcada por monumentos como el Taj Mahal. Se llamaron a sí mismos «mogoles», en reconocimiento de su descendencia de los mongoles.

La idea en síntesis:
los mongoles crearon con rapidez un imperio que se extendió de Europa oriental al Pacífico
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12 La China imperial

12 La China imperial

Los primeros gobernantes históricos de China, los Shang, aparecieron hace unos 3500 años: la primera de una serie de dinastías imperiales que gobernaron China hasta el siglo XX. Fue bajo los Shang cuando se desarrollaron los elementos de una cultura china característica, tanto en la forma de una escritura ideográfica de un tipo que aún se sigue usando en la actualidad, como en el estilo de sus objetos de bronce, cerámica, seda y jade.

China es tan extensa, su población es tan grande y sus recursos tan ricos que durante milenios los chinos no vieron la necesidad de mirar más allá de las distantes fronteras de su propia tierra, a la que llaman el Reino Medio. Más allá no había nada más que bárbaros ignorantes, mientras que China florecía económica, artística y tecnológicamente. Hasta los inicios de la revolución científica en Occidente en el siglo XVI, China iba muy por delante de Europa en ciencia y tecnología, de manera que debemos a China cuatro de las invenciones principales: el compás, la pólvora, el proceso de fabricación del papel y la imprenta.

El confucionismo y el estado

Alrededor de 500 a. C., un estudioso y funcionario llamado Kongfuzi —conocido en Occidente como Confucio— enseñó que, con el objetivo de actuar conforme a la «voluntad del cielo», el pueblo debía mostrar el mismo respeto al emperador que al cabeza de su propia familia. Este énfasis en la jerarquía, en la familia y en el estado —acompañado de los valores confucianos de mejora individual, sabiduría, sinceridad, lealtad, piedad y compasión— ha tenido una influencia duradera en la sociedad china hasta la actualidad.

Las primeras dinastías. China está dominada por dos grandes ríos, el río Amarillo (Huang He) en el norte y el Yangtze (Chang Jiang) en el sur. Fue en la fértil llanura aluvial del río Amarillo donde apareció la agricultura en China, alrededor de 4000 a. C., extendiéndose desde allí a la cuenca del Yangtze. Al volverse más compleja la sociedad china, surgieron varios centros ceremoniales importantes, y en la época de la dinastía Shang, éstos habían evolucionado hasta convertirse en ciudades estructuradas, que se extendían sobre una cuadrícula orientada hacia los puntos cardinales. Los Shang, que pretendían tener un «mandato del cielo», gobernaron sobre la mayor parte del norte de China desde su base de poder en el valle del río Amarillo. Como en el antiguo Egipto, las tumbas reales de los Shang estaban repletas de bienes valioso para acompañar al muerto a la otra vida. Sin embargo, los Shang fueron más allá, sacrificando hombres, mujeres y niños para enterrarlos en la tumba, de manera que al que partía de este mundo no le faltasen sirvientes.

«El estado establecido por el emperador es el más grande que se ha visto nunca».
Inscripción realizada por  orden de Shi Huangdi, al convertirse en emperador en 221 a. C.

Los Shang fueron destronados alrededor de 1000 a. C. por el estado Zhou en el oeste. Los Zhou pretendían que habían heredado el «mandato del cielo» y establecieron su propia dinastía, que perduró hasta principios del siglo V a. C., cuando China entró en el período de los «Reinos Combatientes».

El primer emperador. La época de los Reinos Combatientes llegó a su fin en 221 a. C. cuando Zheng, rey del pequeño estado occidental de Qin, venció a sus rivales. Adoptó el nombre de Shi Huangdi, declarándose como emperador de toda China, y extendió sus fronteras hacia Asia central y el sur del mar de la China.

Shi Huangdi centralizó la administración, unificó los pesos y las medidas, y construyó muchas carreteras y canales. Pero se ganó el odio de su pueblo por la represión sin piedad de toda oposición y el reclutamiento forzoso de cientos de miles de hombres jóvenes para trabajar en la Gran Muralla en el lejano norte. Gobernantes anteriores habían construido diversas murallas defensivas contra los nómadas del norte, pero Shi Huangdi decidió conectar y reforzar las fortificaciones existentes. Como consecuencia murieron decenas de miles de obreros.
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Auge y caída de las dinastías. Después de la muerte de Shi Huangdi en 210 a. C., que fue enterrado junto con un sorprendente «ejército de terracota» formado por miles de estatuas de soldados a tamaño natural, llegó al poder una nueva dinastía: los Han. Los Han, que gobernaron China durante 400 años, mejoraron la administración al establecer exámenes de entrada al servicio civil y al nombrar a los administradores lejos de sus hogares para prevenir la corrupción. Los Han impulsaron mejoras en la agricultura y una nueva expansión del imperio, y controlaron la Ruta de la Seda hasta Asia central. A través de la Ruta de la Seda —el sistema de rutas terrestres que recibía su nombre del producto de exportación más valioso de China— cuando se establecieron relaciones comerciales con pueblos muy lejanos de occidente, incluido el imperio romano, cuyas fronteras se encontraban en el otro extremo de Asia.

Los Han fueron seguidos por varias dinastías, cuyas capitales imperiales rígidamente planificadas, con poblaciones cercanas al millón de personas, fueron las ciudades más grandes del mundo entre la caída de Roma y el crecimiento meteórico de Londres en el siglo XVIII. Las nuevas dinastías solían empezar con fuerza, con una administración eficaz y equilibrada, pero con el tiempo se debilitaban a causa de poderes rivales centrados en las provincias, de revueltas campesinas contra los impuestos excesivos, y de invasiones de jinetes nómadas desde el norte. Dos de estas invasiones llevaron a la fundación de nuevas dinastías: en la década de 1270 los mongoles dirigidos por Kublai Khan completaron la conquista de China, estableciendo la dinastía Yuan, y en 1644 un clan de Manchuria ocupó el país y estableció la dinastía Manchú o Qing, la última dinastía imperial china.

Mirando hacia dentro y hacia fuera. Los chinos habían desarrollado una habilidad considerable en construcción naval y navegación —ellos inventaron el compás—, y a principios del siglo XV el gobierno imperial envió una gran flota bajo el almirante Zheng He para que realizara una serie de viajes comerciales hacia las Indias orientales, la India, Arabia y el este de África. Pero esta política de ampliación de los horizontes chinos, y posiblemente de establecer un imperio mercantil de ultramar, fue abandonada de repente a principios de la década de 1430. Parece ser que persuadieron al emperador de que China poseía todos los recursos que necesitaba, y que sería mejor concentrarse en la defensa de la frontera septentrional.

«Los siervos se han levantado en multitud… Han afilado sus azadas como si fueran espadas y se han dado el título de “Reyes Niveladores”, declarando que van a nivelar la distinción entre ricos y pobres».

Un estudioso contemporáneo describe un estallido de malestar popular en 1645, una de las muchas revueltas campesinas que marcaron la historia de la china imperial.

China se cerró sobre sí misma justo en el momento en que los europeos empezaban a mirar más allá de sus costas, y en vísperas de superar a China en desarrollo tecnológico. A mediados del siglo XVI los portugueses establecieron un puesto comercial en la costa sur de China, y a principios del siglo XIX potencias occidentales como Gran Bretaña presionaban a los chinos reticentes para que comerciaran con ellos, en especial para que aceptasen la importación de opio desde la India británica.

Las «guerras del opio» que le siguieron terminaron con las potencias occidentales consiguiendo el control de una serie de puertos en China. Debilitada por las revueltas internas y continuamente presionada desde fuera, la reaccionaria corte imperial volvió la espalda a cualquier idea de modernización y reforma, mientras las tropas europeas ocupaban Beijing. El pueblo chino ya tenía suficiente y en 1911 una revuelta nacionalista derrocó al último emperador. Así terminaron tres milenios y medio de gobierno imperial.

La idea en síntesis:
la concentración en si misma de la China, imperial fue su perdición
Cronología